En frente de mí el pueblo, el pueblo viejo. El portón descubre una hilera de cabañas que comparten muros, cuartos de hotel, realmente, pero sus fachadas protegen la intimidad de su diseño como si de casas en un pueblo del viejo oeste fueran. Al centro, el kiosco y junto a él, la iglesia y la cárcel. A mi izquierda, las cabañas de dos pisos que simulan la farmacia, la herrería, el médico, el banco... todo esto en el marco de la cañada que guarda al pequeño pueblo. Simple delimitación de espacio que corta el horizonte y provee de la topografía propia para la pequeña tirolesa de 70 mts de altura.
Como hotel debe guardar historias, de muchas... Cuenta el dueño, un señor que en sus pláticas descubre el mundo que arrastra: