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Colaboración de: Sólo Agua
Cuando era niña, solíamos salir a jugar todas las tardes después de terminar la tarea escolar. Aquella libertad, aquella inocencia de mis tiempos (cómo quisiera que hoy se pudiera disfrutar de eso). Jugábamos hasta que anochecía. Nuestras madres tenían que hacerse fuertes con los llamados a gritos, a varias cuadras se escuchaban los alaridos de las pobres llamándonos a cenar. ¿Hambre? –¡No tengo hambre mamá! ¡Ahorita voy!- Hambre, nunca (claro, mientras no entrabas en la casa, porque en ese momento arrasabas con las tortillas con sal hechas rollito). Mientras estabas jugando no tenías hambre, frío...sed tal vez, entrabas corriendo por vasos de agua que te bebías sin respirar o te prendías de la manguera que regaba el jardín. Todavía a veces se me antoja.
Alguna de esas tardes cuando el sol estaba alto aún, pasaba “El pinto”. “El pinto” era un señor que siempre andaba con su guitarra en la espalda y un hacha con la que se ganaba la vida partiendo leña. Yo lo veía viejito. Tenía su cabello blanco y manchas blancas en la piel rosada, por sus manos, su cara. Era el motivo de que lo llamaran así. A nosotros nos daba un poco de miedo, es natural, el desconocimiento, la ignorancia, sin embargo era tan bueno. Recuerdo que nos cantaba muy bonitas canciones, ahora que lo pienso, a esa hora el vendría cansado de trabajar, pero siempre traía una sonrisa. Cuando terminaba de cantar nos extendía la mano y nosotros la alejábamos con miedo. Alguna vez le di la mano y mis primas dijeron que me iba a contagiar, que me saldrían esas manchas blancas. Yo seguí su consejo...
Hoy me siento culpable. Quisiera regresar el tiempo y darle la mano a ese amable señor y demostrarle mi agradecimiento por alegrarnos la tarde con su música. Quisiera que volvieran los tiempos en que se podía fraternizar con un desconocido que pasaba por tu calle sin correr ningún peligro. Quisiera regresar de noche a casa, cansada, polvosa y sudorosa, con una sonrisa en la cara; de esas que se crean por las experiencias agradables en la infancia. Sonrisas que perduran por siempre.
Eras muy bonita cuando niña. Eres una preciosidad ahora, que eres mujer. Pero la verdadera belleza está en el corazón y tú has escrito un cuento que así lo demuestra, porque recordar con ternura lo vivido en la niñez es propio de personas que tienen el alma limpia como el agua clara. Es un orgullo que me hayas permitido subir tu cuento a mi blog. Gracias.
ResponderEliminarHermana, ahhhhhh!!!!! que hermosos tiempos, hoy quisiera que mis alumnos disfrutaran esos bellos momentos, cuando les platico mi infancia hacen la expresión como si les estuviera contando una historia de fantasía. Juegos, sonrisas, peleas (por qué no), extraño esos tiempos... Tiempos felices de la niñez. Removiste en mi tantas cosas, y me pones sentimental. Te quiero.
ResponderEliminarSucede que hoy les enseñamos a nuestros niños alejarse de los extraños, y los extraños día a día se acrecientan. Ya prácticamente todos somos extraños. La excelente semblanza de solo agua nos lleva a reflexionar que nos hizo cambiar tanto. Y lo que cambiaron fueron muchas cosas. Cuando vivía en el campo los domingos nos veíamos con nuestros compañeritos en misa, y allí estaban los padres, los vecinos se juntaban para ayudarse a levantar paredes o poner un techo, se paseaba los fines de semana por la plaza del pueblo y todos se saludaban, lo que le faltaba a uno alguien le ofrecía prestado ( y se devolvía), se respetaba, las madres peinaban a sus hijos y se usaba guardapolvo blanco para la escuela, se zurcían medias y se remendaban ropas, ahora si tienen pantalones desteñidos, rotos, a media pierna, aritos, pelos parados y fuman un porro son normales. Entonces luego uno llora en silencio pues nuestros nietos están condenados a sufrir como parias si les enseñamos hagan lo que nos hacia feliz. Lamentablemente la mayoría de la sociedad tiene otros valores. No se si solo-agua podrá exigir a sus nietos cumplir los antiguos parámetros de vida en sociedad. Si, lo lamento.
ResponderEliminarTodo chido, hasta que en la adolescencia llega el alcoholismo y comienza a erosionar el espíritu.
ResponderEliminarMartillo: Es la falta de valores lo que no permite que la raiz se afiance.
EliminarNi es obligación de la adolescencia traer el alcoholismo implícito, ni es éste el responsable de erosionar ningún espíritu.
EliminarRespecto a la falta de valores, tengo mis objeciones. Siempre habrá algo que valoremos, es la vanalidad y lo improductivo de los valores actuales lo que ha venido reflejandose como ausencia de valores... de los tradicionales. Le hemos dado demasiado valor a la arrogancia de ser un vividor fácil que parece que los amantes del trabajo y del alcanzar metas con esfuerzos parecieran ser degradados a pendejos. Nos gusta lo fácil y aplaudimos aquel que vive de manera fácil.
Y es en sí, que aquel que busca arraigar, que busca construir... se encuentra desvaloralizado socialmente, en segundo término.
Sucede apreciado Edgar Ríos, que no fijamos las bases sobre lo que tiene verdadero valor; el trabajo, la productividad. Ni siquiera tenemos tiempo de sentarnos a platicar lo que hicimos en el día o preguntar por los intereses de los demás miembros de la familia. Esto a su vez, crea la desintegración, el desinterés. No se inculca el amor, que es lo que llena las reservas para forjar un ser humano...un verdadero ser humano.
EliminarTal vez soy demasiado romántica y usted demasiado práctico. Pensándolo bien, ambas ideas hacen una buena conjunción. Ojalá que le sirvan a alguien.
¡Gracias Agorafobia!
Viví el momento...... es hermoso recordar nuestra niñez, jugando a obsuras, buscando linternas, que a lo lejos veiamos un cigarro encendido y corrìamos porque era una linterna. Recuerdo en semana Santa, siempre ibamos a llevar pan a nuestros vecinos y regresàbamos a casa con la canasta llena de nuevo. En fín, TIEMPOS BELLOS....
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