El borde del agua dibuja el contorno de tu cara justo por detrás de tus ojos, por debajo de tu barbilla por la línea del nacimiento de tu pelo. Sientes como flotas, como te deslizas con soberana libertad, sientes tus brazos sueltos a un lado de tu cuerpo y la luz del sol que se escabulle por entre las hojas verdes de un árbol. El aroma a tierra mojada y el sonido de la cascada cercana nadan en el agua. Tú, con la libertad de inspirar esa humedad, esa sensación de dejar solamente existir a las ideas en tu mente. No hay presión de ningún tipo, eres tú flotando. Repentinamente las ideas empiezan a ligarse unas a otras, se disipa esa niebla, ahora todo empieza a tener sentido. Te sorprende darte cuenta de lo pequeños e insignificantes que eran tus problemas...
Hay una mano rosando tus dedos... va y viene con la danza de las olas. Ese contacto con tu palma... ese rose hidráulico va más lejos del medio mojado, es un contacto seco de dos almas. De repente tus ideas se aglutinan a un lado de tu cerebro, logran ver por detrás de su pelo, se llaman, se mezclan y ya no eres sólo tú flotando en ese útero de la naturaleza. Hay electricidad en el agua... y abres bien los ojos y cambias de postura, la buscas... ahí está ella con esos senos coronándose en la isla que es su cuerpo. Respira... inunda tu mundo con su presencia más que el entorno húmedo donde se encuentran. Te acercas en el momento que ella intercambia su horizontalidad por la necesidad de verse de frente. Se abrazan húmeda y tibiamente, embonan el contorno de sus cuerpos en el del otro. Es mágico como su contacto alivia cosas que ni siquiera sabías que ahí estaban. No necesitas mas... a partir de ese momento es dejar el mundo atrás y sólo son ustedes dos.
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