sábado, 28 de septiembre de 2013

Castillo

Colaboración de: Solo Agua 


Su primera opción era un ramo de rosas, a su reina le encantarían. Seguía siendo esa muchacha romántica y dulce, con esos ojos que se llenaban de amor cuando lo miraban. Después de tanto tiempo, después de todo…


Lo pensó mejor. Iba en el autobús con un pastel en su regazo y una sonrisa que no le cabía en el rostro. Era de chocolate. Sin duda alguna había sido una excelente decisión; a los chicos les encantaba el chocolate y a su esposa le encantaba ver felices a los pequeños. Eran dos, un niño y una niña. El niño, claro, imitando siempre a su padre. Quería peinarse como él y decía que cuando fuera grande iba a trabajar en la misma empresa donde trabajaba de obrero su papá. El inocente no sabía que esa tierna declaración causaba una herida en el corazón de sus padres, ellos, que deseaban lo mejor para él, lo menos que querían es que se viera en la misma miseria. Lo miraban con ternura y le decían: “Tú tienes que ponerle muchas ganas a tus tareas y pensar en una carrera. Vas a ser médico o abogado, vas a ser el mejor.” 

Por otro lado, la niña…con la ternura de su madre. Sus ojos de plato en un marco negro de cejas pobladas y que miraban como si te invadieran por dentro. La más pequeña, era la princesa.