Colaboración de: Solo Agua
Su primera opción era
un ramo de rosas, a su reina le encantarían. Seguía siendo esa muchacha
romántica y dulce, con esos ojos que se llenaban de amor cuando lo miraban.
Después de tanto tiempo, después de todo…

Por otro lado, la niña…con la ternura de su madre. Sus ojos de plato en un
marco negro de cejas pobladas y que miraban como si te invadieran por dentro.
La más pequeña, era la princesa.
El pastel, sin duda había sido la mejor decisión. Aun le apenaba no haber
comprado por lo menos una rosa para su amada, era su aniversario de matrimonio.
Pero, lo festejarían entre todos, como siempre vivían las mejores experiencias
de su vida: juntos.
De pronto le vino a la mente un recuerdo, la primera vez que la vio. Era una
rosa blanca en delantal detrás de un mostrador. Él se encontraba mirando los
objetos dentro de la vitrina cuando escuchó una armoniosa voz que lo atendía.
Levantó la vista y desde ese instante no pudo apartarla de su mente jamás.
Buscando cualquier pretexto para verla iba a la tienda hasta que un día se
animó a invitarla a salir. Le pidió su dirección y fue por ella a su casa, le
invitó un helado y ella pidió una malteada en la nevería. Era el momento más
feliz al mirarla de frente en esa pequeña mesita, con la sonrisa que contagiaba
de alegría y sus ojos, esos bellos ojos que le parecías tan profundos como la
misma eternidad.
De ahí en adelante se sucedieron las demostraciones del cariño más puro que se
formó entre ambos. Ahí mismo, en esa misma mesita en que habían compartido la
primera vez, le pidió que se casara con él. Le dijo que trabajaría muy duro
para que viviera en un castillo y que nada le faltaría nunca mientras él
viviera. Aun no había cumplido todo lo que le había prometido, pero, su humilde
casa de adobe era un castillo porque en él habitaba una reina, su reina.
Dio un enorme suspiro, no había llegado a su parada y un brusco frenazo lo
distrajo de sus cavilaciones. El autobús se había detenido abruptamente, el
paso estaba cerrado, había un montón de gente notablemente angustiada evitando
que el trayecto continuara. Se asomó por la ventanilla. Ambulancias, luces,
fuego de antorchas en la oscuridad, gritos desesperados.
Bajó del transporte siempre con el objeto del banquete en las manos como su más
preciado tesoro. Estaba a punto de llegar, no podía comprender por qué se
detenían. Una persona le señaló hacia arriba con la mano, el cerrito se había
desgajado por la humedad de tanta lluvia. Salió corriendo venciendo todos los
obstáculos, llegó a un lugar donde había gente con palas y picos escarbando.
Era su pueblito el que había quedado enterrado bajo un alud de lodo. Su
pueblito, su casa, su familia, todo de pronto había sido sepultado y había que
sacar fuerzas de donde las hubiera y él las tenía en su corazón.
…
Todavía al amanecer tenía aferrada una pala que le hacía sangrar las manos de
tanto escarbar. El dolor más grande y su alma bajo la tierra.
(Pido disculpas por haber traído esta narración desgarradora. Con respeto y
desde mis entrañas me he dado el permiso de hacer un pequeño homenaje a los
damnificados por los terribles acontecimientos que se han estado sucediendo en
México a causa de los devastadores desastres naturales en éstos últimos días.
Agradezco su comprensión.)
(Solo_Agua, 24 de
septiembre 2013.)
Es un hermoso texto. Triste situación nos afecta. Katze.
ResponderEliminarSeñorita, usted tiene el don de emocionar. Entra en los corazones de los demás y, sin pedir permiso, se queda para siempre. (Todo el mundo ha visto las terribles imágenes de lo acontecido en México.)
ResponderEliminarAndrés